Como régimen totalitario, la Alemania nazi trató de incorporar su ideología —y por lo tanto el antisemitismo—, a todos los aspectos de la sociedad alemana. El Ministerio de Ilustración Pública y Propaganda del Reich, bajo el mando de Josef Goebbels, controlaba la vida cultural alemana, mientras que las organizaciones profesionales, los movimientos juveniles y el control de la fuerza laboral garantizaban que quedaran escasos lugares en los que las personas pudieran evitar la ideología por completo. También es importante recordar que la propaganda recurrió a imágenes, temas y tropos que se habían utilizado durante muchos siglos para extender el odio contra los judíos.
La prensa, dirigida por el ministerio de Goebbels, difundió propaganda antisemita adaptada a sus audiencias. Los nazis extremos podían suscribirse al material vil, casi pornográfico, del periódico Der Stürmer de Julius Streicher, mientras que los demás periódicos debían seguir pautas detalladas sobre cómo proporcionar información o se arriesgaban a ser encarcelados en campos de concentración. La radio, los noticiarios, el teatro y la música fueron dirigidos de manera similar.
El cine, la vanguardia de la tecnología en la década de los años treinta, fue un medio clave para difundir la propaganda. Como apoyo a la intensificación de las políticas eugenésicas y raciales, se filmaron películas “documentales” para reforzar la ideología: por ejemplo, películas que mostraban a los discapacitados físicos y mentales como personas cuyas vidas “eran solo una carga”. La película de 1940, Der ewige Jude (El judío eterno) utilizó imágenes de las poblaciones degradadas y famélicas de los guetos de Varsovia y Lodz para representar escenas “típicas” de la vida judía, así como una secuencia espantosa del sacrificio ritual de animales. Incluso los opositores al régimen informaron sobre el fuerte impacto de la película. Goebbels también favoreció el desarrollo de largometrajes como propaganda. Películas como El judío Süss o Los Rothschild (ambas de 1940) reforzaron la ideología antisemita a través de sus narrativas románticas o “emocionantes”, las cuales pretendían distraer la atención del público de las dificultades en tiempos de guerra.
Los jóvenes eran una prioridad para la propaganda nazi. Una de las formas más perniciosas en las que se difundieron las ideas antisemitas fue a través del plan de estudios escolar. De acuerdo con el altísimo grado de “nazificación” de la profesión docente, se incluyó la “ciencia racial” en el programa de estudios y se enseñó a los niños las “características” de los judíos y de otros que no se ajustaban a la visión nazi de la sociedad. A los problemas y temas de otras materias también se les dio un corte ideológico, con exámenes de matemáticas, por ejemplo, en los que se preguntaba cuánta comida consumían los llamados unnütze Esser (comedores inútiles), expresión que hacía referencia a una persona con un problema médico grave o una discapacidad. Aunque la propaganda constante en la escuela, seguida de sesiones nocturnas de movimientos juveniles provocó cierto cinismo y rebeliones, muchos jóvenes pasaban todo el día expuestos a propaganda de un tipo u otro.
Los intentos de ganar dinero con las campañas propagandísticas podían ser de calidad variable. El libro de Streicher, Der Giftpilz (El hongo venenoso), por ejemplo, fue ampliamente utilizado en las escuelas después de su publicación en 1938. Por otro lado, ese mismo año, la compañía de Dresde Günther and Co lanzó un juego de mesa para niños, Juden Raus! (¡Judíos Fuera!), en el que los jugadores tenían que recoger a los “judíos” y “deportarlos” al Mandato británico de Palestina. Aunque el alegre lenguaje de marketing de la caja da testimonio de la aceptabilidad social del antisemitismo, el juego generó críticas de las SS por trivializar los propósitos de los nazis y brindar un objetivo para la desaprobación internacional.